Amalia esperaba en el andén. Miraba la franja amarilla que jamás hay que pisar. Recordó el temor que sentía de pequeña y el respeto que le producía. Aún así siempre la pisaba en señal de rebeldía. Ahora de adulta ni le llamaba la atención, siempre iba chateando por el móvil. Mientras pensaba esto, clavó la mirada en la famosa franja al borde del andén. Se fijó en unos zapatitos de purpurina. Subió la mirada recorriendo la silueta de la mujer buscando más información. Cuando de pronto, reconoció a una vieja amiga absorta mirando las vías del tren…

-          Elvira!

La propietaria de los zapatos giró la cabeza.

-          Amalia…

El tren llegó.

-          Amalia, acabas de salvarme la vida.

(Ilustración: VidaFrida)

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